El contador, narrador, cuentacuentos… el abuelo. El clímax llegaba con el chisporroteo del fuego, el silbido del viento en lo alto de la chimenea, la nieve en el alféizar y la luz en el candil. El auditorio: niños pequeños y grandes, pastores, criados, jornaleros, que bebían las palabras del viejo para, llegado su momento, repetirlas a la siguiente generación.
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